Manifiesto Crisiscista

``La crisis es un pozo convexo que nos atrapa dentro, todo el tiempo; y no importa cuánto pase: es el tiempo sin edad que se queda jugueteando en nuestras pestañas y en el rabillo de nuestros ojos para que siempre le miremos de cerca. Simplemente se queda aquí junto a nosotros. La crisis es tener que escribir.´´



lunes, 26 de abril de 2010

Múltiples engaños.

Le sugerí ir por un cigarrillo y su sonrisa dibujó mis pasos. Una vez fuera del salón de banquetes ``Popul Vuh´´, en la rectangular terraza le ofrecí uno de mis Malboro Fresh que rechazó con un gesto delicado no fumo, gracias.
—Son pendejadas –dije haciendo gala de mi vocablo favorito.
La miré. Cuando sus ojos negros decidieron mirarme de regreso sentí escocer las mejillas. Tirando la vista al suelo comenté lo primero que cruzó mi mente —¿Intentas dejar de fumar, eh?
Tras su silencio prolongado y los reproches internos a mis preguntas elocuentes, escuché su voz imitando mis palabras. Jamás creí que sus pendejadas sonaran tan bien.
Me pude haber tragado el cigarro completo si lo hubiera tenido en mis labios cuando sentí sus pasos, su cercanía y su mano atrapando mi muñeca. Tal vez fue culpa del humo por lo que me costó trabajo pasar saliva. Fijó sus ojos en los míos, los estudió y llevó mi mano hasta su rostro para probar de mi cigarrillo.
El humo se creaba, y con calma, como quien no quiere dejar el paraíso, se desprendía de sus labios lento y se iba al cielo, sin prisa, pero lejos de sus labios el humo notaba que no podría alcanzar tal paraíso, y como cascada caía. ¡Sus ojos a través del humo! —Hace mucho que no sentía esto —confesó.
—Su —me aclaré la garganta. Dejé de ser humo. —suele suceder cuando intentas dejar de fumar.
Su sonrisa giró sobre talones para comenzar a alejarse.
—No hablaba del vicio.
No sé si no quería comprender sus palabras pero cuando la vi caminar a la estancia del hotel, lo que comprendí fue que planeaba retirarse.
—¡Espera! —la llamé cuando ya tenía un pie fuera del hotel. No me fijé de tu presencia en el lobby, en ese momento ella lo abarcaba todo. —¿De qué hablabas?
Dio el paso que la dejaba fuera. Yo seguía dentro, contemplando su menuda espalda. Giró y me miró. Esa sonrisa que todo lo explicaba hubiera bastado, pero con sus palabras moldeó la respuesta: —Fue el vértigo —dijo regresando, acercándose, de nuevo sentí que invadía, no, que la invitaba a entrar al límite que un extraño no debe penetrar.—Las ganas de... —cerré los ojos. Su aliento sobre mi nariz dibujo la palabra que punteaba la última frase; no la pronunció. Silencio. Ni un rose. Cuando volví a abrir los ojos, ella volvía a alejarse.
No podía quedarme con aquella sensación. Tal vez buscaba la tercera sensación de tener cerca sus labios, dicen ésa es la vencida ¿no?; fui nuevamente tras ella.
Fuera del hotel la noche jamás me pareció tan naranja. Jamás será un color que me agrade. La llamé para que se detuviera, pero no obedeció. —¡Qué fue eso! —me detuve y esperé que se detuviera, pero ella continuó por el mundo sin mí.
La razón por la que dejé de fumar.
Debí haberla seguido.


2 comentarios:

Pati Carrillo dijo...

Buen manejo de la narrativa en esta época: desde Cortazar -y antes- poco o nada se puede hacer nuevo; no obstante, la historia "normal" se desarrolla de una manera agradable a la lectura. No se busca innovar, siento, sino enmarcar la trama desde un estilo propio. El final, hasta el paratexto de las cursivas, es excelente. Transmite un sentimiento de "sí, es cierto..." y la elaboración de una sinécdoque muy particular. Vaya que sí dejó de fumar... A mi opinión, sólo le quitaría la línea final "debí seguirla...": finalizar con el día de dejar de fumar es suficiente; lo demás se vendería al lector (creo...). Me gustó (Y).

Nandino dijo...
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